miércoles, 17 de septiembre de 2008

El mito de Crelea y el Deseo

Entre las numerosas hijas del rey Marlo de Zetea, la más hermosa de todas era Crelea, una ninfa de mejillas ruborosas, cuerpo perfecto y encantos celestiales.

Crelea se jactaba de ser la mejor cazadora que acechaba el bosque Terreo y nadie jamás se atrevía a desafiarla.

Una tarde, mientras recorría entre lanzas la suerte de un veloz lince entre la maleza, Crelea quedó atónita ante la inminente presencia de un hermoso joven que rodeaba la zona. Él había estado siguiéndola y había sido cautivado por sus extravagantes dotes. Crelea creyó conveniente corresponder a su amor, pero el joven timorato, aturdido por tanta belleza, no encontró más remedio que adentrarse en el vasto pastizal de la lejanía.

Nada contenta con la situación, la ninfa convino a preguntar a su padre sobre aquel adolescente de pálidos gestos y esbeltas espaldas. Marlo, quien vivía y reinaba sólo para sus vástagos, estalló en cólera. Fue entonces que sugirió a su virtuosa hija que visitara otra vez el bosque al día siguiente, a la misma hora, pero esta vez con la compañía de Edis, la consejera real de Zetea.

Aquella tarde Edis no pudo asistir al encuentro, pero en reemplazo envió a su compañero y fiel amante Vico, un humilde pastor que trabajaba en los campos de Marlo. Las instrucciones que Edis había dejado a Vico eran precisas:

-Deberás atar al joven pretendiente con estas sogas y así cautivarlo podrá Crelea, sabia y hermosa hija de Marlo, quien sólo es rechazada por las etéreas calamidades de un fugaz y tímido amor.

Pero al momento del encuentro, Crelea quedó cautivada por los encantos de Vico. Sus mejillas expiraban deseo y estaban más rojizas que nunca, sus ojos tenían el brillo de cien estrellas y el sólo mirarlo fijamente provocaba miles de sensaciones inexplicables para la bella adolescente.

Entonces Crelea, habiéndose olvidado de su misterioso amante, esperó a que Vico se descuidara y hurtó sus sogas. Luego, usando sus habilidades como cazadora logró amarrar al pastor contra un sauce.

Vanos fueron los intentos de Crelea por enamorar a Vico, ya que éste resistía sólo con pensar en el amor de su adorada Edis, como así también, en el castigo al que Marlo podría someterla.

Después de varias horas, Crelea entendió que la conquista sería inútil, pero bien advertida del cólera de su padre, no pretendía que nadie se enterase de sus penosos actos. Es por eso que optó por huir de vuelta al reino dejando al joven Vico atado y sin esperanzas.

Al regresar a Zetea, Crelea alegó no haber sabido nada de Vico ni de Edis, por lo que Marlo se mostró furioso y desterró a su consejera. Edis no tuvo más opción que alejarse de Zetea sin saber más nada de su amor.

Algunos días después, Crelea visitó el lugar donde Vico había sido abandonado. El joven pastor había muerto y sólo quedaba de él una rosaleda que los dioses habían puesto en su honor.

Crelea se soñó oportuna ante su suerte, mas desconocía que su oculto amante del bosque era nada más ni nada menos que el Deseo, quien había observado todos sus desaciertos desde la sombra.

El Deseo, que pretende amar, pero castiga, se acercó para dialogar con Crelea.

HABLA EL DESEO: ¡Oh, Crelea! Has traicionado y has cometido los peores crímenes creyendo que cualquier hombre te es correspondido. Has asesinado y gente inocente ha pagado por ti. Tu castigo es inminente.

HABLA CRELEA: ¡Imploro piedad! Tú has de castigarme como es debido, pero pido consideres mi sentencia. ¡Por favor, oh Deseo, tú que puedes resignar, has que mi padre no sepa de lo que he sido capaz!

HABLA EL DESEO: El rey no sabrá nada sobre tus actos y tu pecado será tu condena.

El castigo de Crelea fue que enamorase a cada hombre que se cruzara en su camino. Así fue como volvió al pueblo y recibió propuestas de miles de jóvenes dispuestos a amarla, algunos bellos y castos, otros no tan bien favorecidos, pero todos con el afán de tenerla entre sus brazos.

Crelea se sintió halagada al principio, y no entendía el castigo del Deseo, pero poco a poco fue comprendiendo las intenciones y los efectos de tamaña condena.

Al principio, los jardineros del palacio escribieron su nombre en el pastizal. Luego los servidores, uno a uno le fueron confesando sus intenciones. Otro día, algunos parientes de la Isla de Naxos acudieron a Zetea para ofrecerle su traslado. Continuamente, sus hermanos trataron de seducirla, como así también dioses y semidioses que bajaban desde el Olimpo sólo para intentar conquistarla. Crelea tenía que rechazarlos día y noche.

Las mujeres del pueblo entraron en conflicto. No querían ver más a Crelea rondando las calles del pueblo, seduciendo a su paso a todos los buenos hombres que quedaban. Mientras tanto ella se fue encerrando cada vez más hasta quedar sola con su padre en su palacio. No sabía qué más hacer, era tan desdichada con su castigo.

Mas no tuvo otra opción que llorar, un tiempo después, la misma noche en que encontró la sangre de Marlo junto a su pálido cuerpo sobre la cama. Desgarrado su corazón por su propia espada, y al costado del gélido cadáver, una carta de amor en la que confesaba a su hija que no podía resistir más.


APÉNDICE:

La Maldición de Crelea

En algunos países de Europa (sobre todo durante el siglo XV y XVI) se solía contar la leyenda de Crelea. También en la actualidad, es común decir a las señoritas que padecen La maldición de Crelea cuando tanto hombre que conocen, pretendiendo ser su amigo, termina enamorado de ellas.