lunes, 19 de mayo de 2008

Los Martes y la Suerte

 La vi y la quise, no tengo ninguna duda de ello. Alguien me dijo que no debería quererla pero la quise, y como dije, apenas la vi.
 El impacto no me dejó tiempo para análisis. Me encantó. La quise en el momento, sin dudarlo. Y la tuve.
 Lamentablemente estaba tratando con alguien que no conocía del todo. Uno no puede fiarse de cualquiera, pero igual, porque la quería, porque quería de verdad esa mochila, confié ciegamente en él. 

 Se trataba de Cuchu. No sé ni cómo se llama, ni dónde vive, ni siquiera sé por qué mierda le dicen así. Cuchu. Confié en él y él confió en mí. 
 Yo ya tenía mi mochila vieja, él la quiso tanto como yo quise la suya, y el trueque fue cuestión de minutos. En algún lado había escuchado la muletilla 'ver, querer, tener' y me resultó familiar.

 Me parece que era demasiado para mí. Me parece. Aunque quién es uno para decidir eso.
 Mi nueva mochila era más bien un bolso. Primero me gustó por cómo se veía, después, de a poco, me fue gustando cómo era, cómo funcionaba y cómo era yo cuando la tenía. 
 No todos mis amigos pensaban lo mismo, pero no me importó. La seguí queriendo incluso cuando empecé a ver lo que todos me decían. 
 Es feo darse cuenta de algo, más si es cierto, y mucho más si te lo habían dicho antes. 

 La primera falla fue mínima, ¿quién podría quejarse? Sobre el costado derecho se asomaba una hilacha, algo así como esos pelos largos que se rebajan con un simple tijeretazo de abuela. De hecho lo hice, corté la hilacha y me sentí mejor. Lamentablemente todas las semanas salía de nuevo, y lo peor es que de esa hilacha inocente, cuando vi con más interés, se habían ramificado cinco o diez. Y cada vez más grandes, un poco más difíciles de cortar. Pero no me importó.

 Luego busqué un papel que había perdido adentro del bolso. Tenía que estar. No era tan importante pero tenía que estar ahí. Entonces descubrí que también un hueco se había formado en el fondo de uno de los bolsillos. Como un boludo había estado metiendo papeles en un bolsillo roto, y de a poco, uno por uno se volaron. Tal vez no eran papeles fundamentales para mi existencia, tal vez eran retazos de historias que suelo guardar, o algún recuerdo que me quiero llevar de lugares habituales. No lo sé, pero se volaron al fin.

 También me percaté de que el abrojo de la parte de arriba, que servía para sostener la mochila a modo de maletín, tampoco estaba funcionando a la perfección a causa de una acumulación exagerada de pelusas. Aunque tuve otra reflexión, jamás habría usado ese abrojo, no me servía para nada, en realidad no tendría que importarme siquiera si estaba o no ahí. Pero me importaba.

 Entendí que había empezado a quererla tanto que no podía relegar la sensación de posesión. Tal vez fue por eso que una noche, volviendo de algún lugar con algún amigo, mientras cargaba ahora yo con su mochila, que era mucho más chica que la mía, no me sentí tan bien como algunos pueden llegar a pensar.
 Tampoco me gustó cuando la situación, esta vez a la inversa, me golpeó justo en la cara. Pero son cosas que uno no puede evitar.

 Al poco tiempo me di cuenta que, así como había empezado todo este lío, tenía que terminar. Entonces traté de encontrar a Cuchu, que estaba a la misma hora, en el mismo lugar. El tiempo no había pasado para él, lo percibí en su mirada. Yo sentí que los meses fueron años, que el tiempo se había prolongado y que mis problemas eran culpa de un bolso cualquiera. Me vi a mí mismo un poco necio, supersticioso. Pero no me quedaba otra. Me dijo que no tenía ningún problema en volver a cambiar, aunque él estaba contento con su mochila.
 Lamentablemente fue ahí, exactamente en ese momento, cuando supe que la amaba. Justo cuando no pude tenerla más. 
 Fulminado por mi propia decisión, dejé que se fuera para siempre:

 -¿Estás seguro, no? -me dijo Cuchu que adivinó mi vacilación.
 -Seguro.
 -Está bien. Tomá. No es la primera vez que me pasa, eh. Por ejemplo Rubén, dos semanas la tuvo y quedó de curso. El Nacho un mes y se hizo bosta en la moto. A todos les pasa algo.
 -Me lo podrías haber dicho antes.
 -Disculpá, pero a veces te tiene que tocar, che. ¿Qué te pasó a vos, Tin?
 
 No quise entrar en detalles.

 -Nada, qué sé yo. Me trajo mala suerte en el amor.