En 2006, un seudo
científico alemán llamado Torsten Lauschmann, llevó adelante un proyecto conocido
como World Jump Day. Su premisa era sencilla: si todos saltásemos exactamente al
mismo tiempo, la traslación de la tierra alrededor del sol cambiaría y así nos salvaríamos
de catástrofes como el calentamiento global.
Por mi parte, siempre fui un adolescente curioso y me interesaba participar. Si para salvar al mundo sólo tenía que dejar de masturbarme durante ocho segundos y saltar medio metro por encima de mi propio eje, no había mucho lugar a la discusión.
Para que el salto fuera conjunto, todos los países tenían un horario distinto en la cuenta regresiva. A los argentinos nos había tocado las cuatro de la mañana. No creo que muchos jubilados hayan puesto una alarma ese día, pero con Gonzalo, mi mejor amigo, estábamos entusiasmados.
Supongo que considerábamos romántica la idea de hacer algo que nos uniera como raza. Significaba la materialización, gracias al milagro de Internet, de una tira de Quino: todos los humanos saltando al mismo tiempo. Cuando mis hijos me preguntaran dónde estuve el día que salvaron el mundo, yo no podía contestar "durmiendo, a la mañana siguiente tenía un examen de francés donde me saqué un cinco". ¡Todo París iba a estar saltando frente al Champ de Mars! Ser un estudiante mediocre no es excusa suficiente para escapar a semejante evento global.
Salté.
Por mi parte, siempre fui un adolescente curioso y me interesaba participar. Si para salvar al mundo sólo tenía que dejar de masturbarme durante ocho segundos y saltar medio metro por encima de mi propio eje, no había mucho lugar a la discusión.
Para que el salto fuera conjunto, todos los países tenían un horario distinto en la cuenta regresiva. A los argentinos nos había tocado las cuatro de la mañana. No creo que muchos jubilados hayan puesto una alarma ese día, pero con Gonzalo, mi mejor amigo, estábamos entusiasmados.
Supongo que considerábamos romántica la idea de hacer algo que nos uniera como raza. Significaba la materialización, gracias al milagro de Internet, de una tira de Quino: todos los humanos saltando al mismo tiempo. Cuando mis hijos me preguntaran dónde estuve el día que salvaron el mundo, yo no podía contestar "durmiendo, a la mañana siguiente tenía un examen de francés donde me saqué un cinco". ¡Todo París iba a estar saltando frente al Champ de Mars! Ser un estudiante mediocre no es excusa suficiente para escapar a semejante evento global.
Salté.
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Al otro día le pregunté a Gonzalo cómo le había ido. Me dijo que puso el despertador, pero no sonó. Se levantó en algún momento aleatorio de la madrugada, entre las tres treinta y las cinco. Somnoliento y en calzoncillos, dio un pequeño brinco en su habitación. Las placas tectónicas se cagaron de risa y él volvió a la cama para seguir durmiendo, inmutable.
Siempre que me siento solo, pienso en mi mejor amigo saltando a destiempo en algún lugar remoto de Catamarca. La humanidad contaba con sus setenta kilos retumbando contra el suelo argentino, pero él no lo hizo en el momento indicado y ahora todos vamos a morir mientras el polo norte se derrite.
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Ningún salto, por más fuerte o sincronizado que sea, va a impactar lo suficiente como para mover este mundo tan grande, tan triste y tan escaso de ilusión. A veces creo estar equivocado en las decisiones que tomo, pero siempre recuerdo eso que llaman 'salto de fe'.
Y quién carajo te puede marcar el horario correcto para darlo.